Oct 18, 2010
r.lozano

Ensayo sobre la vida humana, de Monique Canto-Sperber en Proteus

978849375088"En vez de autoayuda lean autoexigencia, o sea, filosofía"

(La Vanguardia, La Contra, 13 octubre)

1 Comentario

  • José Miguel Pueyo, psicoanalista

    No lo tengo por cierto, o al menos no me resulta fácil apoyar la idea de Monique Canto-Sperber, según la cual “la prolongación de la fertilidad cambiará nuestro mundo�, (entrevista de Lluís Amiguet en La Contra de la «Vanguardia», 13/10/2010). Todo indica, más bien, que a la directora de l´Ecole Normale Supérieure de París le ha pasado por alto algo más actual y sin duda preocupante, aunque ignoro, en cuanto a esto último, si para todos por igual, como es el auge del discurso Uno, o lo que viene a ser lo mismo, las inhumanas y aun antidemocráticas disciplinas que merecen esos calificativos en razón, en primer lugar, de su reduccionista mirada del ser hablante, del sujeto humano tal cual lo conocemos. No es dable decir otra cosa de los discursos y/o procedimientos técnicos que configuran una parte no menor de lo que se conoce como ‘cultura’, bien sean los estrictamente religiosos o las neurociencias que reducen lo humano a los genes y/o neurotransmisores, pasando por las psicoterapias llamadas naturales y las cognitivo conductuales (TCC). Estos discursos ocuparían, creo no equivocarme, un lugar privilegiado en la causa de un cambio sin duda a peor en el mundo, como el que advendría de triunfar el sueño cartesiano: sujeto = Yo-conciencia. ¿Y la filosofía, qué dice la filosofía, qué lugar ocupa en ese affaire la dimensión moral de este varias veces milenario saber?
    La cuestión, no la única y tampoco trivial, que introduce la directora de investigación del CNR y Oficial de la Legión de Honor, no es nueva y tampoco original. Tanto es así por ver en la filosofía –en el amor al saber, sin duda, que no a la verdad, cabría subrayar– la solución a no pocos problemas de los hombres. En otros términos, Canto-Sperber ve en lo no es sino uno más entre los lenitivos que hacen soportable la vida, casi la panacea a la humana existencia, la solución magistral al malestar del hombre en la cultura. “La filosofía –afirma la autora del Ensayo sobre la vida humana. Editorial Proteus. Barcelona, 2010, y filósofa ella misma, al menos de carrera– está de moda… Hay muchos ciudadanos que quieren aprender filosofía… les ayuda a formarse una opinión sobre el sentido de la existencia, la pareja, la muerte… es la necesidad de tener una opinión seria, sólida… y gracias a la filosofía conectan con algo más profundo en su interior.�
    Estudiar filosofía no sólo es una cuestión de moda, nos dice, sino una necesidad. Todo el problema, o al menos el primero, es que esa necesidad tiene un nombre: vacío, absurdo, angustia existencial, y lo que es quizá más importante, que esa la idea es igualmente conocida y cara a los filósofos existencialistas como, por ejemplo, Albert Camus. ¿Qué podemos hacer ante la angustia existencial, también ante las penurias, las desgracias, la enfermedad, sabiendo que la postre nos espera la muerte, o sea, la nada. Temerario y aun se tendría por loco al que propusiera el suicidio como solución; y la historia, como se conoce, loa a los que han ideado discursos y procedimientos para hacer soportable la vida. Nuestra autora tiene otra receta y según ella mejor. Es partidaria de la filosofía en contra del sentido del más allá, también del goce absoluto y eterno que proclama desde antiguo la religión, sobremanera la judeocristiana, y tampoco ve con buenos ojos los libros de autoayuda, “En vez de autoayuda lean autoexigencia, o sea, filosofía�, aconseja.
    Las virtudes de la filosofía respecto de otros discursos con análogos objetivos queda clara, al menos para la directora de l´Ecole Normale Supérieure de París, cuando se relaciona el absurdo (idea existencialista) con una máxima ética de Sócrates, “Una vida que no se examina no vale la pena vivirla�. Poca cosa, en verdad. Tanto es así que el recurso consiste básicamente en introducir un nuevo sentido y una reflexión. En resumen, se nos propone un nuevo sentido. Esto es, que el sujeto conmovido por la angustia existencial asuma el sentido-síntoma de la filosofía moral en aras a su felicidad. “Yo creo –afirma– que Sócrates nos anima a encontrar sentido a nuestras vidas con ayuda de la razón y el examen crítico de cuanto hacemos. Estoy convencida de que la racionalidad puede ayudarnos a superar el vacío�.
    El psicoanálisis discrepa de estas ideas, también de ese convencimiento, que en este asunto, obviamente, no supera el grado de la opinión, de la doxa. Así es, en primer lugar, porque la clínica enseña que la razón, el conocimiento intelectual son insuficientes, que habitualmente no producen un cambio a mejor en las personas, ya sea en lo intelectual, moral o respecto a la salud psíquica. De ahí la existencia del psicoanálisis y, en primer lugar, el psicoanálisis del futuro psicoanalista, única garantía contra la en ocasiones pesada losa de las identificaciones edípicas y su injerencia en el tratamiento.
    Nihil novum sub sole. El ejercicio intelectual y la recomendación práctica de Canto-Sperber no son, en efecto, sin precedentes. En ese beatífico intento pedagógico a favor del desorientado hombre postmoderno, se reconoce, salvando las diferencias, el ideal, nada más pero también nada menos, de san Ignacio de Loyola y sus ejercicios espirituales, y más cercano en el tiempo el del filósofo norteamericano Lou Marinoff, conocido por su campaña en favor del mayor misógino de la antigüedad y defensor de hacer de dos Uno, o sea, del intento de resolver la angustia de incompletud –tal vez la suya en primer lugar– con el amor a un objeto –y qué mejor objeto, afirmaba el alumno distinguido de Sócrates, que la filosofía–, como queda recogido en su libro Más Platón y menos Prozac.
    Por otra parte, ¿es racional la filosofía moral, cuál es su origen? Habría que investigar hasta qué punto algunas de sus recomendaciones son la expresión de la neurosis de sus agentes. De ser así se estaría instigando a asumir lo que al neurótico le ha parecido adecuado (Bien supremo) para calmar la angustia, en cualquiera de sus formas de presentación, de su neurosis.
    Quizá hubiese sido suficiente con leer a Freud en El malestar en la cultura, (1929) 1930, para evitar ultrajes a la clínica, a la epistemología y aun a la ética, para no desempolvar la vieja e inoperante idea de la reeducación emocional. Es igualmente cierto, también, que no es fácil advertir que el amor al saber, también al de la filosofía, puede derivar en identificación, en esta ocasión a un saber ajeno a la verdad, a la verdad particular de cada persona, a la verdad desde la que podría erigirse un síntoma no hipotecado por el Destino, tanto más si es funesto.

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